martes, 22 de diciembre de 2009

CENTRO COMERCIAL

Tengo que, tengo que, tengo que, tengo que, pero es que tengo que

Tengo que comprar regalos de navidad, por eso voy a un laberinto de tiendas y por un momento me creo la ilusión de la normalidad, incluso creo que tengo que comprarme unos botines de tacón. Pero dura poco, al rato estoy desconcertada porque la gente parece feliz en un centro comercial. Porque asisto a un concentrado de objetos de deseo que no sacian nunca nuestra sed. Voy al Alcampo para comprar queso, me pierdo, hay tanta comida envuelta en plásticos que ya no sé quién soy y qué hago en este lugar siniestro.

Pero tengo que, tengo que…

Presencié un cagatió en la talaia. La condición era que los regalos no fueran comprados, el resultado: regalos más personales, afectivos, divertidos y originales. Yo exploraba las reacciones de la gente con sus regalos, parecía un tipo de vuelta a la niñez. Mi madre siempre me cuenta que su única muñeca de la infancia se la hizo su padre con trapitos. Cuando intenta expresar la emoción que le produjo aquel regalo, no le salen palabras.

Tengo que esforzarme por resignificar lo aprendido, porque comprar regalos con dinero no es apasionante. Andar perdidos por centros comerciales buscando siempre algo que es reemplazable, no es normal. Querer llevar tacón para parecer más elegante, más a la moda, más alta, más guapa, etc., no es digno.