lunes, 26 de octubre de 2009

UNAS ESPERAS

Nuestras fascinaciones no son definitivas pero por el momento sí definitorias. A mí me fascinan las escenas largas de una película en que se enfoca en primer plano a un personaje que explota por dentro. Y si sus facciones se mueven imperceptiblemente, si sus parpadeos se ralentizan, si la melancolía se dibuja en su expresión, entonces la atracción que ejerce en mí tal visión es desmesurada. ¿Por qué?


¿Por qué me seducen las mujeres que esperan en los cuadros de Hopper?


La muchacha cosiendo me recordó a Penélope veinte años tejiendo y destejiendo con el único placer masoquista de la espera. En la melancolía hay una espera no progresiva, se espera irremediablemente el objeto de amor, perdido para siempre, quizás absurdamente nunca alcanzado. Así entiendo el “Tú no eres quien yo espero” que Serrat pone en boca de la nueva Penélope “con su bolso de color marrón y sus zapatitos de tacón sentada en la estación”.



La desintegración de los vínculos con el mundo, les da a estas espectras encantadoras una levedad, un algo de inefable que las hace distantes, fantasmagóricas, enormemente bellas.


Coixet explica que para el personaje de Ryu en los Mapas de los sonidos de Tokio, se inspiró en una muchacha que trabajaba en un mercado de pescado. Imagino a esa pescadera mutilando los desperdicios del pescado con la mirada ausente de la espera. Porque a la directora la atrapó aquella opacidad de Ryu, la marca borrosa de la tristeza sin motivo evidente.





Mujeres solitarias, íntimas, perseverantes. El deseo las empuja y las sostiene y es así porque su cumplimiento está en continuo aplazamiento. La insatisfacción de su anhelo innombrable, es en verdad el motor de su espera.


Miran el mundo a través de la ventana o desde el portal, ahora ya en la posición más desinteresada y despreocupada de la mascarada masoquista.




Amenaza el objeto de amor que nunca llega..... cuya primera pérdida aún se llora en silencios luminosos.



miércoles, 7 de octubre de 2009

DES-ORDEN EN VENECIA

Grietas, fachadas de abandono, casas flotando ingrávidas, todo tan vaporoso. Es la atmósfera etérea del limbo. Venecia es una vieja apática de arquitectura decrépita, en otra época esplendorosa, casi solemne. ¿A quién se le ocurrió que Venecia pueda ser la ciudad del amor? Es, en verdad, la ciudad del amor que agoniza. Lúgubre decadencia y algo amenazador en Venecia: una rata flotando, el agua impulsa a su cuerpo muerto a moverse contra su voluntad, y este movimiento resulta ser el baile grotesco de la rata. Una góndola impecable para turistas que se aman lujosamente. El gondolero rascándose sus partes, conduce a una pareja de viejos sonrientes que matan el tiempo visitando Venezia, alla città dal innamorato, donde ondea flemática la rata muerta.



Entre tiendas de Dolce & Gabbana, Valentino, Gucci, Giorgio Armani… Un italiano fachendoso y petulante, vestido de Massimo Dutti, mira despectivamente a uno de nosotros. Mis ojos le comunican: “cursi arrogante”. Los suyos me sostienen la mirada sin culpabilidad para prolongar su desprecio con orgullo. En esta grosera ojeada entre desconocidos siempre existe una agresión inquietante.

Continúa nuestra passeggiata y cuando nos dirigimos a subir uno de los puentes que cruzan los canales, retumba un ruido de huesos que chocan con las escaleras de piedra. Le sigue el silencio rumoreante de la multitud, y un africano vendedor de falsificaciones que la gente compra, sale corriendo como si lo persiguiera la muerte. Busco qué es lo tan aterrador que le muerde los pasos: dos elegantísimos armarios que se expresan con bufidos, que tienen las pupilas dilatadas por esta violencia salvaje que algunos hombres conservan de nuestros antepasados. Las escaleras se han llenado de bolsos pomposos que en nada se diferencian de los originales, tan caros para algunas. Y allí en el suelo desordenados, impresionan si una se para a pensar en lo que hay detrás de toda esta escena.

Cuando nos acercamos al barco de vuelta estamos ilusionados porque parece que nadie vigila que te compres un billete de 12 euros por persona, que no podemos permitirnos. Yo voy observando las ruinas, pasamos por un teatro antiguo que se conserva sospechosamente bien para ser veneciano. Pero ¡ahí está! La escultura clásica de una mujer mutilada, le falta la testa y la mano de un brazo que me señala, dentro: un vacío negro.

En el barcobús una bambina guiri juega con nosotros al “tato per aquí, tato per allí”. Nos sentimos lúdicos y livianos, hasta que aparece un controllore con la expresión seria de quien hace un trabajo responsable. Le propongo comprar otro billete, no contesta, se le hincha la vena de la sien.


En fin, mi visión determinada por Gustav Aschenbach, el artista ordenado que fue a morir a Venecia. Camino al fin de toda estructura sólida, se encontró con apariciones extrañas, lo siniestro (Unheimlich) que desenmascara la realidad ordenada. Y un deseo imposible, ridículo, maldito, absurdo: el amor. Acompañado por la quinta de malher
, como en la peli de Visconti.