Nuestras fascinaciones no son definitivas pero por el momento sí definitorias. A mí me fascinan las escenas largas de una película en que se enfoca en primer plano a un personaje que explota por dentro. Y si sus facciones se mueven imperceptiblemente, si sus parpadeos se ralentizan, si la melancolía se dibuja en su expresión, entonces la atracción que ejerce en mí tal visión es desmesurada. ¿Por qué?
¿Por qué me seducen las mujeres que esperan en los cuadros de Hopper?
La muchacha cosiendo me recordó a Penélope veinte años tejiendo y destejiendo con el único placer masoquista de la espera. En la melancolía hay una espera no progresiva, se espera irremediablemente el objeto de amor, perdido para siempre, quizás absurdamente nunca alcanzado. Así entiendo el “Tú no eres quien yo espero” que Serrat pone en boca de la nueva Penélope “con su bolso de color marrón y sus zapatitos de tacón sentada en la estación”.
La desintegración de los vínculos con el mundo, les da a estas espectras encantadoras una levedad, un algo de inefable que las hace distantes, fantasmagóricas, enormemente bellas.
Coixet explica que para el personaje de Ryu en los Mapas de los sonidos de Tokio, se inspiró en una muchacha que trabajaba en un mercado de pescado. Imagino a esa pescadera mutilando los desperdicios del pescado con la mirada ausente de la espera. Porque a la directora la atrapó aquella opacidad de Ryu, la marca borrosa de la tristeza sin motivo evidente.
Mujeres solitarias, íntimas, perseverantes. El deseo las empuja y las sostiene y es así porque su cumplimiento está en continuo aplazamiento. La insatisfacción de su anhelo innombrable, es en verdad el motor de su espera.
Miran el mundo a través de la ventana o desde el portal, ahora ya en la posición más desinteresada y despreocupada de la mascarada masoquista.
Amenaza el objeto de amor que nunca llega..... cuya primera pérdida aún se llora en silencios luminosos.