sábado, 12 de julio de 2008


LA IDENTIDAD PERDIDA

La realidad curvada de Inland Empire me lleva a recordar que no puedo recordar “hoy si es dos días después o si es ayer. Supongo que si fueran las nueve y cuarenta y cinco creería que es más de medianoche. Si hoy fuera mañana...” el tiempo es el olvido.

¿Cuántas veces se desdobla Sue? Podría ser una Alicia perdida en el país de las maravillas, vista por su doble a través de la pantalla, llorando por su amor. Un amor, unas lágrimas, unos suspiros, a pesar de la ficción, tan abrumadoramente humanos.

Los primeros planos deformantes inquietan porque despiertan la amenaza de lo oculto, de lo que a veces surge en la vida rutinaria para recordarnos que ésa superficie la hemos tocado mañana. El extrañamiento es seductor, para vida ya tenemos bastante con la nuestra, yo quiero que me cuenten historias expresionistas donde flote la inteligencia del mal, con sus fragmentos delirantes, con sus silencios cargados de intensa verdad... de emoción. El close-up que recuerda el viaje con lsd o el guiño de la locura y las cabezas de conejos: el mundo surreal en el que vivimos, sino escucha las risas de fondo, estamos en el plato, es la parodia de la parodia, el límite ilimitado de la ilusión, realidad que se despliega ad infinitum.


El misterio, que siempre está aquí porque somos un misterio aunque el simulacro nos impide verlo en su plenitud, es inquietante e irremediablemente tentador. El sueño de la razón provoca monstruos, y la fiebre, las drogas, el insomnio... sin embargo, el mal está tan cerca que a muchos les asustaría saber cuán cerca puede llegar a estar.
La realidad no se puede alejar de la sospecha, en Inland se muestra con parpadeos de diferentes planos, múltiples desdoblamientos de la identidad. Existe la sospecha de que lo terrenal (esto incluye el amor) hace cosas extrañas. El horizonte es una identidad perdida entre el amor y el miedo, que se busca a través del agujero que hacemos a una tela de seda con el cigarro encendido. Sue, o Nikki diciendo: ¡pero qué rara soy! Soy una puta. Otra vez me quedo fascinada con el cambio que se ha producido en Ella, en este caso, entre la actriz que ha alcanzado la fama y se escandaliza al escuchar el vocabulario grosero de la vecina y su discurso no muy “normal”, y la demacrada y loca acompañada de las amantes de su “amor.”


Lynch, maldito, mil gracias por tus historias tan imperecederas en mi memoria que se queda suspendida entre lo que sé que va a pasarme mañana.